5

5
El Jazz es la única música en la que la misma nota puede ser tocada noche tras noche, pero cada vez de manera diferente.Ornette Coleman

sábado, 30 de abril de 2022

Día Internacional del Jazz 2022

 El 30 de abril se celebra en todo el mundo el Día Internacional del Jazz. Se pretende concienciar sobre la importancia del jazz como herramienta educativa y de promoción de la paz, el diálogo y la cooperación entre pueblos de todo el mundo.

Fue decretado por la UNESCO en el año 2011, con el objetivo de dar a conocer un movimiento musical de gran valor educativo, así como un recurso valioso que contribuye al intercambio cultural, al diálogo y la cooperación entre los pueblos a nivel mundial.


Décimo aniversario del Día Internacional del Jazz

En el año 2021 este día internacional arriba a su décimo aniversario. Es por ello que la Organización de las Naciones Unidas ha organizado un gran concierto mundial, que se llevará a cabo el día 30 de abril, reuniendo a grandes artistas consagrados de este género: Herbie Hancock, Marcus Miller, Andra Day, Dee Dee Bridgewater, John McLaughlin, Dianne Reeves, Joe Lovano, Angelique Kidjo, John Beasley, entre otros artistas.

Asimismo, contará con diversas actuaciones en todo el mundo, tomando en cuenta las medidas de bioseguridad y distanciamiento físico. Incluye una serie de programas educativos virtuales e iniciativas de divulgación comunitaria en más de 190 países. 





La música siempre ha representado para los seres humanos un importante medio de comunicación, que aporta grandes beneficios. En este sentido, el jazz es considerado como el lenguaje de las emociones, siendo una forma expresiva y auténtica que tiene la capacidad de humanizar y trascender en la transformación de las personas y de la Sociedad. Mencionamos a continuación algunos aspectos sobre la influencia e importancia de este género musical:

  • Es un importante medio de comunicación de las masas, estrechamente vinculado a la igualdad de género, la unidad y la paz.
  • Es una herramienta para la juventud y un gran aporte para generar cambios sociales.
  • El jazz rompe barreras, creando oportunidades para el debate, el diálogo intercultural y la tolerancia.
  • Permite crear nuevas ideas orientadas al mundo de las artes, ya que es un género que facilita la interpretación y la innovación para que surjan nuevos estilos musicales.

sábado, 16 de abril de 2022

Hablemos de Axolotl de Julio Cortazar

 Luego de una primera lectura, Axolot nos recuerda dos cuentos El viento distante de José Emilio Pacheco y Migala de Juan José Arreola, en ambos, el protagonista a través de la mirada entra en contacto con otro ser: un ajolote, una tortuga y una araña respectivamente y es a través de la mirada como se establece un juego de poder. Cortázar nos deleita con una historia que aborda a través de una narración referenciada a dos tiempos, uno relativo al pasado y otro al presente, tiempos que fácilmente pueden identificarse desde primer fragmento: “Hubo un tiempo en que yo pensaba mucho en los axolotl. Iba a verlos al acuario del Jardín des Plantes y me quedaba horas mirándolos, observando su inmovilidad, sus oscuros movimientos. Ahora soy un axolotl” 
Remitiéndonos a los párrafos, tenemos qué en el primero, arriba expuesto, maneja los dos tiempos (pasado y presente), en el segundo y tercero el tiempo pasado, en el cuarto y más largo, los dos tiempos, el pasado en el quinto, los dos tiempos en el sexto, el pasado en el séptimo al igual que en el octavo y los dos tiempos en los últimos dos párrafos, haciéndonos pensar en una posible “métrica” en el manejo de éstos. Además, destaca la manera cómo esta vinculación de los dos tiempos va contándonos una historia paralela, la del hombre que esta obsesionado por los ajolotes y la de cómo el axolotl se va dando cuenta de la forma en que se transformó en axolotl. En este sentido, el autor logra que comprendamos ambas historias a través del manejo de los verbos en pasado y en presente, usualmente insertando frases cortas entre las

lunes, 7 de marzo de 2022

HABLEMOS DE "AURA" DE CARLOS FUENTES

Felipe Montero, un joven historiador inteligente y solitario que trabaja como profesor con un sueldo muy bajo, al leer un anuncio en un periódico que solicita un profesional de sus cualidades queda sorprendido pues, todo lo que pide y detalla éste aviso, es exactamente lo que el posee, tan solo le falta decir su nombre.

Varios días después de ver el anuncio, decide presentarse en la dirección facilitada: "Una casona antigua de la ciudad de México".

Es contratado y allí conoce a la solicitante: la señora Consuelo Llorente, una anciana viuda de un coronel francés su trabajo consiste en organizar y escribir las memorias de su difunto marido y traducirlas al idioma español para que puedan ser publicadas, Allí mismo conoce a Aura, la sobrina de Consuelo, de quien Felipe siente inmediata atracción

 

La novela transcurre alrededor de Aura, dueña de unos impresionantes ojos verdes y una gran belleza, y su extraña relación con su anciana tía.

Conforme avanza la historia Felipe se da cuenta de que el lugar está sumergido en una completa penumbra tanto por la oscuridad de la casona, como por el oscuro ambiente en el que se interna la lectura que continuamente se hace más y más presente e intenso y eso lo deja desconcertado.

Felipe se enamora de Aura y quiere llevársela de allí porque piensa que no puede hacer su vida porque Consuelo que la tiene atrapada. Al adentrarse en las fotografías y escritos del coronel y la viuda, Felipe pierde el sentido de la realidad y encuentra una verdad que supera la fantasía.

Si hasta ese momento Felipe estaba un poco desconcertado, de ahí en adelante todo se torna más confuso para él.

Solo bastan seis cortos capítulos para que todo se desarrolle, aunque al principio con lentitud, Fuentes revoluciona la historia tan rápido que no te das cuenta pues ya estás atrapado, aún sin la necesidad de traducir los breves diálogos en francés, aunque si se entienden estos enriquecen un poco más la lectura.

Los tiempos y las descriptivas imágenes que la novela muestra son realmente impactantes sin necesidad de exagerar, El estilo enriquecedor de la escritura de Fuentes te lleva de la mano al fondo del realismo mágico. En general un libro que supera lo que se pudiera esperar de el, una lectura ligera sin ser insípida y a la vez detallada sin ser monótona.

 

jueves, 3 de febrero de 2022

HABLEMOS DE LUVINA DE JUAN RULFO


 

La atmósfera que se describe en Luvina está impregnada de una esencia fantasmagórica y, al mismo tiempo, de una gran tristeza. Juan Rulfo, en este cuento, describe el ambiente del pueblo de San Juan Luvina, rodeado por la miseria y la muerte. Es un lugar en el que cualquiera que se atreva a cruzar sus límites vivirá sentenciado por la pesadumbre.

 

“Por cualquier lado que se le mire, Luvina es un lugar muy triste. Usted que va para allá se dará cuenta. Yo diría que es el lugar donde anida la tristeza. Donde no se conoce la sonrisa, como si a toda la gente le hubieran entablado la cara. Y usted, si quiere, puede ver esa tristeza a la hora que quiera” (Juan Rulfo, Pedro Páramo y El llano en llamas. Luvina, editorial Planeta, página 174).

Cuento breve de Juan Rulfo: Luvina | Gran relato corto latinoamericano

 

Luvina consume todo lo que pisa sus terrenos. Se chupa la vida y seca las almas de todo ser vivo. “Allá viví. Allá dejé la vida… Fui a ese lugar con mis ilusiones cabales y volví viejo y acabado”. En Luvina habita un viento que sólo arrastra un aroma de muerte, que aterroriza a todo aquel que lo escucha. Es como si el pueblo estuviera maldito. En ese lugar la vida está negada. Sus habitantes poseen una personalidad que confunde, como si fueran espectros que están condenados a habitar dentro del infierno; pero éste es un infierno terrenal.

 

San Juan Luvina es un pueblo lúgubre donde no hay cabida para la esperanza. Ahí todas las ilusiones están muertas, como las personas que alguna vez pudieron anhelar un suspiro de consuelo, y que en vez de dirigir su camino hacia una mejor existencia se tuerce, abruptamente, alrededor de la esperada muerte, esa muerte que es tan deseada por las personas que en ella ven el único medio para la liberación del gran sufrimiento que de Luvina nace.

 

“Nadie lleva la cuenta de las horas ni a nadie le preocupa cómo van amontonándose los años. Los días comienzan y se acaban. Luego viene la noche. Solamente el día y la noche hasta el día de la muerte, que para ellos es una esperanza” (página 177).

 

La soledad de Luvina es dolorosa. Su paisaje, grisáceo. Pero el viento que emana del fondo de la barranca es el más temible. Es como si tuviera voluntad propia. El viento de Luvina es como el alma maligna del cerro que somete y aterroriza a sus habitantes. Este soplo gris que penetra hasta los huesos, que fulmina el espíritu de quien lo inhala, que apaga el color de la vida y lo maquilla dejando un tono de aflicción, es el ser que vive dentro de Luvina.

 

“Dicen los de allí que cuando llena la luna, ven de bulto la figura del viento recorriendo las calles de Luvina, llevando a rastras una cobija negra; pero yo siempre lo que llegué a ver, cuando había luna en Luvina, fue la imagen del desconsuelo… Siempre” (página 174).

 

Este cuento no sólo hace referencia a un mundo que se encuentra encapsulado en una dimensión que es temida por muchos, es la fatal realidad que viven día con día los hombres del campo, una realidad devastadora, como ese viento aterrador que ronda el pueblo de Luvina, y es el hambre y la miseria que viven los campesinos de nuestro país desde hace mucho tiempo y que al enfrentarnos a esa verdad por medio de la lectura nos parece escalofriante. Ese mismo sufrimiento lo transmite Juan Rulfo por medio de este maravilloso relato, y es que el hambre duele y la pobreza se convierte en un animal que devora todo lo que a su paso se encuentra y que desconoce sexos y edades.

 

Lo que en Luvina se exalta es la miseria de la existencia y el mejor remedio que existe para ese mal se encuentra en la no existencia, en la muerte; esa muerte que promete parar el sufrimiento de todos esos hombres y mujeres que deambulan por las calles del pueblo como ánimas en pena, que ni siquiera tienen rostro.

 

En Luvina ni la fe ampara a sus más fieles creyentes, no hay esperanza de nada. “Al atardecer, cuando el sol alumbraba sólo las puntas de los cerros, fuimos a buscarla. Anduvimos por los callejones de Luvina, hasta que la encontramos metida en la iglesia. Allí no había a quién rezarle. Era un jacalón vacío, sin puertas, nada más con unos socavones abiertos y un techo resquebrajado por donde se colaba el aire como por un cedazo” (página 175).

 

El pueblo de San Juan Luvina hace recordar esas regiones de México que viven subyugadas y relegadas por la extrema pobreza y que a pesar de ubicarse dentro del mismo territorio parece que habitan otro mundo. Zonas en las que sólo se pueden encontrar ancianos casi moribundos y mujeres solitarias acompañadas por sus pequeños hijos que desde muy temprana edad tienen que enfrentarse a las rudas labores del campo, para poder llevar el alimento necesario a sus bocas. Estas personas son las mismas que se enfrentan a esa atmósfera de miseria en la que la tierra ya no da más para sembrar porque se ha vuelto estéril.

 

Todo esto es Luvina, un poblado donde la vida ya no puede dar fruto alguno y la esperanza está muerta. Luvina no sólo es un cuento que parece relatar la historia de un pueblo fantasma, es la ficción literaria que nace de la brutal realidad. Es el retrato de una vida miserable.

 

sábado, 11 de diciembre de 2021

Hablemos de: "Carta de un loco" de Guy de Maupassant.



Carta de un loco

Guy de Maupassant.


Imagen relacionada
Querido doctor, me pongo en sus manos. Haga usted de mí lo que guste.
Voy a decirle con toda franqueza mi extraño estado de ánimo, y juzgue si no sería mejor que cuidasen de mí durante algún tiempo en una casa de salud, en vez de dejarme presa de las alucinaciones y sufrimientos que me atormentan.
Ésta es la historia, larga y exacta, de la singular enfermedad de mi alma.
Vivía yo como todo el mundo, mirando la vida con los ojos abiertos y ciegos del hombre, sin sorprenderme ni comprender. Vivía como viven las bestias, como vivimos todos, cumpliendo todas las funciones de la existencia, analizando y creyendo ver, creyendo saber, creyendo conocer lo que me rodea, cuando un día me di cuenta de que todo es falso.
Fue una frase de Montesquieu la que súbitamente iluminó mi pensamiento. Es ésta: «Un órgano de más o de menos en nuestra máquina nos hubiera dado una inteligencia distinta. En una palabra, todas las leyes asentadas sobre el hecho de que nuestra máquina es de una determinada forma serían diferentes si nuestra máquina no fuera de esa forma.»
He pensado en esto durante meses, meses y meses, y poco a poco ha penetrado en mí una extraña claridad, y esa claridad ha creado ahí la oscuridad.
En efecto, nuestros órganos son los únicos intermediarios entre el mundo exterior y nosotros. Es decir, que el ser interior que constituye el yo se halla en contacto, mediante algunos hilillos nerviosos, con el ser exterior que constituye el mundo.

Pero, además de que ese ser exterior se nos escapa por sus proporciones, su duración, sus propiedades innumerables e impenetrables, sus orígenes, su futuro o sus fines, sus formas lejanas y sus manifestaciones infinitas, nuestros órganos, sobre la parcela que de él podemos conocer, no nos suministran otra cosa que informes tan inseguros como poco numerosos.
Inseguros, porque únicamente son las propiedades de nuestros órganos las que determinan para nosotros las propiedades aparentes de la materia.
Poco numerosos, porque al no ser nuestros sentidos más que cinco, el campo de sus investigaciones y la naturaleza de sus revelaciones se hallan necesariamente muy restringidos.

Me explico: la vista nos indica las dimensiones, las formas y los colores. Nos engaña en esos tres puntos.
No puede revelarnos otra cosa que los objetos y seres de dimensión media, proporcionados a la estatura humana, lo cual nos lleva a aplicar la palabra grande a determinadas cosas y la palabra pequeño a otras, sólo porque su debilidad no le permite conocer lo que es demasiado vasto o demasiado menudo para él. De ahí resulta que no se sabe ni se ve casi nada, que el universo casi entero le queda oculto, la estrella que habita el espacio y el animálculo que habita la gota de agua.
Incluso aunque tuviera cien millones de veces su potencia normal, aunque viese en el aire que respiramos todas las especies de seres invisibles, así como los habitantes de los planetas próximos, todavía quedarían numerosos infinitos de especies de animales más pequeños y mundos tan lejanos que jamás alcanzaría.

Así pues, todas nuestras ideas de proporción son falsas porque no hay límite posible en la magnitud ni en la pequeñez.
Nuestra apreciación sobre las dimensiones y las formas no tiene ningún absoluto al venir determinada únicamente por la potencia de un órgano y por una comparación constante con nosotros mismos.
Hemos de añadir que la vista todavía es incapaz de ver lo transparente. Un cristal sin defecto la engaña. Lo confunde con el aire que tampoco ve.


Pasemos al color.
El color existe porque nuestra vista está hecha de modo que transmite al cerebro, en forma de color, las diversas formas en que los cuerpos absorben y descomponen, siguiendo su constitución química, los rayos luminosos que dan en ellos.
Todas las proporciones de esa absorción y de esa descomposición constituyen matices.
Así pues, este órgano impone a la inteligencia su modo de ver, mejor dicho, su forma arbitraria de constatar las dimensiones y de apreciar las relaciones de la luz y la materia.
Analicemos el oído.
Somos juguetes y víctimas, más todavía que en el caso de la vista, de ese órgano fantasioso.
Dos cuerpos, al chocar, producen cierta vibración de la atmósfera. Ese movimiento hace estremecerse en nuestra oreja cierta pielecilla que trueca inmediatamente en ruido lo que en realidad no es otra cosa que una vibración.
La naturaleza es muda. Pero el tímpano posee la propiedad milagrosa de transmitirnos en forma de sentidos, y de sentidos diferentes según el número de vibraciones, todos los estremecimientos de las ondas invisibles del espacio.
Esa metamorfosis realizada por el nervio auditivo en el breve trayecto de la oreja al cerebro nos ha permitido crear un arte extraño, la música, la más poética y precisa de las artes, vaga como un sueño y exacta como el álgebra.
¿Qué decir del gusto y del olfato? ¿Conoceríamos los perfumes y la calidad de los alimentos sin las propiedades peregrinas de nuestra nariz y nuestro paladar?
Sin embargo, la humanidad podría existir sin oído, sin gusto y sin olfato, es decir, sin ninguna noción del ruido, del sabor y del olor.
Así pues, si tuviéramos algunos órganos menos, desconoceríamos cosas admirables y singulares, pero si tuviéramos algunos más, descubriríamos a nuestro alrededor una infinidad de otras cosas que nunca supondremos por falta de medio para constatarlas.
Por lo tanto, nos equivocamos cuando juzgamos lo Conocido, y estamos rodeados de Desconocido inexplorado.
Por lo tanto, todo es inseguro, y puede apreciarse de diferentes maneras.
Todo es falso, todo es posible, todo es dudoso.
Formulemos esta certidumbre sirviéndonos del viejo proverbio: «Verdad a este lado de los Pirineos, error al otro lado.»
Y decimos: verdad en nuestro órgano, error en el de al lado.
Dos y dos no deben ser cuatro fuera de nuestra atmósfera.
Verdad en la tierra, error más lejos, de donde deduzco que los misterios vislumbrados como la electricidad, el sueño hipnótico, la transmisión de la voluntad, la sugestión y todos los fenómenos magnéticos sólo siguen ocultos para nosotros porque la naturaleza no nos ha proporcionado el órgano o los órganos necesarios para comprenderlos.
Después de haberme convencido de que todo lo que me revelan mis sentidos sólo existe para mí tal como yo lo percibo, y de que sería totalmente diferente para otro ser organizado de otro modo, después de haber llegado a la conclusión de que una humanidad hecha de otra forma tendría sobre el mundo, sobre la vida y sobre todo ideas absolutamente opuestas a las nuestras, porque el acuerdo de las creencias sólo deriva de la similitud de los órganos humanos, y las divergencias de opiniones provienen únicamente de ligeras diferencias de funcionamiento de nuestros hilillos nerviosos, he hecho un esfuerzo de pensamiento sobrehumano para suponer lo impenetrable que me rodea.
¿Me he vuelto loco?                           
Imagen relacionada

Me he dicho: «Estoy rodeado de cosas desconocidas.» He supuesto al hombre desprovisto de orejas y he supuesto el sonido como suponemos tantos misterios ocultos; el hombre constata fenómenos acústicos cuya naturaleza y procedencia no podría determinar. Y he tenido miedo de todo lo que me rodea, miedo del aire, miedo de la oscuridad. Desde el momento en que no podemos conocer casi nada, y desde el momento en que todo es ilimitado, ¿qué es el resto? ¿No es el vacío? ¿Qué hay en el vacío aparente?
Y ese terror confuso de lo sobrenatural que acosa al hombre desde el nacimiento del mundo es legítimo, porque lo sobrenatural no es otra cosa que lo que permanece velado para nosotros.
Entonces he comprendido el espanto. Me ha parecido que rozaba constantemente el descubrimiento de un secreto del universo.
He intentado aguzar mis órganos, excitarlos, hacerles percibir por momentos lo invisible.
Me he dicho: «Todo es un ser. El grito que pasa en el aire es un ser comparable a la bestia, puesto que nace, produce un movimiento y se transforma incluso para morir. Por lo tanto, el espíritu pusilánime que cree en seres incorpóreos no se equivoca. ¿Quiénes son?»
¡Cuántos hombres los presienten, se estremecen cuando se acercan, tiemblan con su imperceptible contacto! Uno los siente a su lado, alrededor, pero es imposible distinguirlos, porque no tenemos los ojos que los verían, o mejor dicho el órgano desconocido que podría descubrirlos.
Así pues, sentía en mí, más que nadie, a esos transeúntes sobrenaturales. ¿Seres o misterios? ¿Lo sé acaso? No podría decir lo que son, pero siempre podría señalar su presencia. Y he visto -he visto un ser invisible- hasta donde puede verse a esos seres.
Permanecía noches enteras inmóvil, sentado ante mi mesa, con la cabeza entre las manos y pensando en esto, pensando en ellos. De pronto creí que una mano intangible, o más bien un cuerpo inasequible, rozaba ligeramente mi pelo. No me tocaba, por no ser de esencia carnal, sino de esencia imponderable, incognoscible.
Pero una noche oí crujir el entarimado a mis espaldas. Crujió de un modo singular. Me estremecí. Me volví. No vi nada. Y no volví a pensar en ello.
Pero al día siguiente, a la misma hora, se produjo el mismo ruido. Tuve tanto miedo que me levanté, seguro, completamente seguro de que no estaba solo en mi cuarto. No se veía nada sin embargo. El aire estaba límpido y transparente en todas partes. Mis dos lámparas iluminaban todos los rincones.
El ruido no se repitió y fui calmándome poco a poco; sin embargo, permanecía inquieto y me volvía a menudo.
Al día siguiente me encerré a hora temprana, buscando la forma en que podría conseguir ver lo Invisible que me visitaba.
Y lo vi. Estuve a punto de morir de terror.
Había encendido todas las bujías de mi chimenea y de mi lustro. La habitación estaba iluminada como para una fiesta. Sobre la mesa ardían mis dos lámparas.
Frente a mí, la cama, una vieja cama de roble con columnas. A la derecha, mi chimenea. A la izquierda, la puerta, con el cerrojo echado. A mi espalda, un grandísimo armario de luna. Me miré en él. Tenía unos ojos extraños y las pupilas muy dilatadas.
Luego me senté como todos los días.
La víspera y la antevíspera el ruido se había producido a las nueve y veintidós minutos. Esperé. Cuando llegó el momento preciso, percibí una sensación indescriptible, como si un fluido, un fluido irresistible hubiera penetrado en mí por todas las parcelas de mi carne, sumiendo mi alma en un espanto atroz. Y se produjo el crujido, justo a mi lado.
Me incorporé volviéndome tan deprisa que estuve a punto de caerme. Se veía como en pleno día, ¡pero yo no me vi en el espejo! Estaba vacío, claro, lleno de luz. Yo no estaba dentro, y sin embargo me hallaba enfrente. Lo miré con ojos enloquecidos. No me atrevía a avanzar hacia él, sintiendo que entre nosotros se interponía él, lo Invisible, y que me tapaba.
¡Qué miedo pasé! Y he aquí que empecé a verlo envuelto en bruma en el fondo del espejo, en una bruma como a través del agua; y me parecía que aquella agua fluía de izquierda a derecha, lentamente, volviéndome más preciso segundo a segundo. Era como el final de un eclipse. Lo que me tapaba no tenía contornos, sino una especie de transparencia opaca que iba aclarándose poco a poco.
Y finalmente pude verme con claridad, como hago todos los días cuando me miro.
¡Lo había visto!
Y no he vuelto a verlo.
Pero lo espero sin cesar, y siento que mi cabeza se extravía en esa espera.
Permanezco horas, noches, días y semanas delante del espejo esperándolo. ¡Ya no viene!
Ha comprendido que yo lo había visto. Mas yo sé que lo esperaré siempre, hasta la muerte, que lo esperaré sin descanso, delante de ese espejo, como un cazador al acecho.
Y en ese espejo empiezo a ver imágenes locas, monstruos, cadáveres horribles, toda clase de bestias espantosas, de seres atroces, todas las visiones inverosímiles que deben acosar la mente de los locos.
Ésta es mi confesión, querido doctor. Dígame qué debo hacer.


FIN.

_________________________________

Guy de Maupassant.

Resultado de imagen para guy de maupassant

El escritor francés, Henry Réne Guy de Maupassant nació en Dieppe, Francia, el 5 de agosto de 1850 y falleció en París el 6 de julio de 1893. Se formó literariamente con el escritor Gustave Flaubert y participó desde joven en su círculo literario. Se especializó en la narrativa breve, llegando a publicar más de doscientos cuentos a lo largo de su vida, de entre los cuales destacan Bola de sebo y El Horla. También escribió seis novelas cortas. Encuadrado en el naturalismo, su estilo es sencillo y realista, y transmite lo más sórdido y oscuro del comportamiento humano.

Hasta los trece años, Maupassant vivió con su madre, con quien tenía un estrecho vínculo debido al amor de ésta a los clásicos literarios y la pasión que inculcó a sus hijos por la lectura. Después marchó a estudiar al seminario de Yvetot, de donde fue expulsado, y que sería el origen de su particular aversión a lo religioso. Finalmente consiguió formarse con éxito en el Liceo Rouen.

Poco después de graduarse empezó la guerra franco-prusiana, guerra que serviría de contexto para muchos de sus cuentos y en la que Maupassant participó como soldado. Tras la guerra, ejerció de funcionario durante diez años, época que describe como aburrida y tediosa. Con el tiempo, y gracias a la influencia de Flaubert y otros escritores, llegó a ser editor de varios periódicos.

Al final de su vida fue cayendo en una paranoia grave que había desarrollado debido a la sífilis que padeció de joven. Tras intentar suicidarse, fue enviado al centro psiquiátrico del doctor Esprit Blanche, en París, donde falleció.





viernes, 3 de diciembre de 2021

Mary Shelley "El Mortal Inmortal"

Creo que este corto relato, El mortal Inmortal, de la conocidísima Mary Shelley, es una oda a la soledad y la tristeza que ella misma padecía cuando lo escribió.

Según nos cuenta el prólogo, Mary perdió a casi todos sus hijos cuando aún eran bebés, quedó viuda bastante joven e, incluso, perdió a su hermana de una forma horrible, por lo que la idea de la supervivencia a sus familiares la aterraba. De ahí este relato, en el que el terror no proviene de monstruos o demonios, sino de los propios problemas terrenales.

En este cuento, Winzy, el joven ayudante de un famoso científico, toma por error (o, más bien, por inconsciencia), un extraño brebaje que le hace inmortal. Enamorado de la preciosa Bertha, después de muchas vicisitudes, consigue hacerla su esposa, pero el paso del tiempo, evidentemente, no afecta a los dos por igual. Mientras Bertha envejece, Wincy se mantiene joven y lozano, hecho que los destina a separarse, aunque con mucho esfuerzo y huyendo de las miradas críticas, consiguen permanecer juntos hasta el final de los días de ella. Después, Wincy vaga durante cientos de años, preguntándose si la vida eterna es una verdadera bendición, y haciendo reflexiones como las que siguen:

- “Cuanto más vivo más temo a la muerte, aunque aborrezca la vida.”

- Está encerrado en un “alma que suspira por la libertad”.

¿Vosotros que creéis?, ¿la vida eterna es una bendición o un castigo?.

miércoles, 1 de diciembre de 2021

Las Ratas de las Paredes


Las ratas en las paredes (The Rats in the Walls) es un relato de terror del escritor norteamericano H.P. Lovecraft, compuesto en 1923, y publicado en la edición de marzo de 1924 de la revista pulp Weird Tales. Luego sería reeditado por Arkham House en la antología de 1939: El extraño y otros (The Outsider and Others). Previamente, el cuento fue rechazado por Argosy, por considerarlo demasiado aterrador para sus lectores.

Las ratas en las paredes, uno de los grandes relatos de terror de H.P. Lovecraft, y ciertamente uno de los mejores relatos de terror de ratasque se hayan escrito, narra algo que, en principio, parece un acontecimiento superfluo: la rotura del papel tapiz en una habitación, lo cual da lugar al descubrimiento de un horrible mundo detrás de las paredes, poblado por ratas y criaturas innombrables.

Existen varias fuentes en las que H.P. Lovecraft se inspiró para la composición de Las ratas en las paredes, entre otras, la historia del Purgatorio de San Patricio, habitada por ratas memoriosas. Otra acaso podría ser la leyenda del Mäuseturm: la torre de las ratas, situada en Alemania; pero tal vez las dos fuentes principales del relato, al menos en términos literarios, sean: La cadena ininterrumpida (The Unbroken Chain), de Irvin S. Cobb, donde se introducen elementos hereditarios como factor para el despertar de la locura; y La caída de la casa Usher (The Fall of the House of Usher), de E.A. Poe, cuyo protagonista, Roderick Usher, manifiesta una anormal sensibilidad para oír el correteo de las ratas detrás de las paredes.

También es importante mencionar que Las ratas en las paredes está fuertemente vinculado a los Mitos de Cthulhu: El narrador atraviesa el pueblo de Bolton, Massachusetts, donde también se ubica el protagonista de Herbert West: el reanimador (Herbert West–Reanimator), y donde además ocurren los hechos descritos en El color que cayó del espacio (The Colour Out of Space). Por otro lado, en cierto momento de la historia también se menciona a Nyarlathotep, uno de los principales dioses de los Mitos de Cthulhu.

En resumen: Las ratas en las paredeses uno de los mejores relatos pulpde H.P. Lovecraft. A propósito, el propio maestro de Providence refirió que haberse basado aquí en el modelo de atavismo del relato de Irvin S. CobbLa cadena sin romper(The Unbroken Chain).



Las ratas en las paredes.
The Rats in the Walls; H.P. Lovecraft (1890-1937)

El 16 de julio de 1923 me mudé a Exham Priory, después de que el último obrero acabara su tarea. Los trabajos de restauración habían constituido una imponente tarea, pues de la abandonada construcción apenas si quedaba un montón de ruinas, pero por tratarse del lar de mis antepasados no escatimé en gastos. Nadie habitaba la finca desde el reinado de Jacobo I, en que una tragedia de caracteres terriblemente dramáticos, aunque en gran medida incomprensibles, se cernió sobre el cabeza de la familia, cinco de sus hijos y varios criados, y obligó a marcharse de allí, en medio de sombras de sospecha y terror, al tercer hijo, mi progenitor por línea paterna y único superviviente del infortunado baje.

Con el único heredero denunciado por asesinato, la propiedad volvió a manos de la corona, sin que el acusado hiciera el menor intento por excusarse o recuperar la heredad. Trastornado por un horror mayor que el de la conciencia o la ley, y expresando sólo el rabioso deseo de borrar aquella antigua mansión de su vista y memoria, Walter de la Poer, undécimo barón de Exhain, marchó a Virginia, en donde se estableció y fundó la familia que, en el siglo siguiente, era conocida por el nombre de Delapore.

Exham Priory quedó abandonado, aunque con el tiempo pasó a formar parte de las propiedades de la familia Norrys y fue objeto de numerosos estudios como consecuencia de su singular arquitectura, consistente en unas torres góticas levantadas sobre una infraestructura sajona o románica, cuyos cimientos a su vez eran de un estilo o mezcla de estilos de época anterior: romano y hasta druida o el címrico originario, si es cierto lo que cuentan las leyendas. Los cimientos eran de aspecto muy singular, pues se confundían por uno de sus lados con la sólida caliza del precipicio desde cuyo borde el priorato dominaba un desolado valle que se extendía tres millas al oeste del pueblo de Anchester.

A los arquitectos y anticuarios les encantaba estudiar esta extraña reliquia de épocas remotas, pero los naturales del lugar la detestaban con todas sus fuerzas. La detestaban desde hacía siglos, cuando aún vivían allí mis antepasados, y la seguían detestando ahora en que, debido a su estado de abandono, la cubría una capa de musgo y mantillo. No llevaba siquiera un día en Anchester cuando me enteré de que descendía de una familia maldita. Pero ya esta semana los obreros han volado por los aires lo que quedaba de Exham Priory, y están atareados en borrar las huellas de sus cimientos. De siempre he conocido la historia, sin aditamentos, de mi linaje familiar, y sé perfectamente que mi primer antepasado americano se trasladó a las colonias envuelto en las sombras de extrañas sospechas. De los detalles, con todo, jamás he sabido nada debido a la reticencia mantenida por generaciones entre los Delapore. Al contrario que los colonos de nuestra vecindad, rara vez nos jactamos de antepasados que batallaron en las Cruzadas o de contar en nuestro linaje con héroes medievales o renacentistas, ni se nos transmitieron otras tradiciones que las que pudieran encerrarse en el sobre lacrado que todo hacendado latifundista dejó a su primogénito antes de estallar la Guerra Civil para su apertura póstuma. Las únicas glorias de las que nos jactábamos en la familia eran las alcanzadas tras la emigración, las glorias de un orgulloso y honorable, si bien un tanto retraído e insociable, linaje de Virginia.

En el curso de la guerra toda nuestra fortuna se perdió y nuestra existencia entera se vio alterada por el incendio de Carfax, residencia de la familia a orillas del río James. Mi abuelo, de edad ya avanzada, pereció entre las llamas del voraz incendio, y con él se quemó el sobre que nos ligaba al pasado. Todavía hoy puedo recordar aquel incendio que presencié con mis propios ojos a la edad de siete años, mientras los soldados federales vociferaban, las mujeres chillaban y los negros daban alaridos y rezaban. Mi padre se había alistado en el ejército y participaba en la defensa de Richmond, y, tras múltiples formalidades, mi madre y yo logramos atravesar las líneas enemigas para unirnos a él.

Cuando terminó la guerra, nos trasladamos al norte, de donde provenía mi madre, y allí crecí, me hice un hombre y, en última instancia, acumulé riquezas como corresponde a todo yanqui emprendedor. Ni mi padre ni yo supimos jamás qué contenía el sobre testamentario destinado a nosotros; además, una vez sumido en el monótono curso de la vida mercantil de Massachusetts, perdí todo interés por desvelar los misterios que, sin duda, se ocultaban en el remoto pasado de mi árbol genealógico. ¡Con qué alegría habría dejado Exham Priory a la suerte de sus murciélagos, telarañas y mantillo si hubiera mínimamente intuido lo que escondía tras sus muros!

Mi padre murió en 1904, pero sin ningún mensaje que dejar para mí ni para mi único hijo, Alfred, un muchacho de diez años huérfano de madre. Fue precisamente Alfred quien alteró el orden en que venía transmitiéndole la información familiar, pues, si bien sólo pude hacerle conjeturas en tono burlón sobre el pasado familiar, me escribió contándome algunas leyendas ancestrales del mayor interés cuando, con ocasión de la pasada guerra, fue enviado a Inglaterra en 1917 en calidad de oficial de aviación. Al parecer, sobre los Delapore circulaba una pintoresca y un tanto siniestra historia. Un amigo de mi hijo, el capitán Edward Norrys, del Royal Flying Corps, residía en las proximidades de nuestro solar familiar en Anchester y contaba unas supersticiones campesinas que pocos novelistas podrían llegar a igualar por lo increíbles y demenciales que eran. Norrys, por supuesto, no las tomaba en serio, pero a mi hijo lo divertían y le sirvieron de tema para llenar muchas de las cartas que me escribió. Fueron estas leyendas las que finalmente atrajeron mi atención hacia mi heredad trasatlántica, y me decidieron a comprar y restaurar el solar familiar que Norrys mostró a Alfred en todo su pintoresco abandono, al mismo tiempo que se ofrecía a conseguírselo por una suma harto razonable, dado que el actual propietario era tío suyo.

Compré Exham Priory en 1918, pero casi al punto me olvidé de los planes de restauración en que había estado pensando ante el regreso de mi hijo inválido de las piernas. Durante los dos años que aún vivió me dediqué por entero a su cuidado, dejando incluso la dirección del negocio en manos de mis socios.